La fucking correspondencia
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Ahora, no me malinterpreten. No hablo únicamente del intercambio de atracción entre dos personas, sino de algo más profundo: las formas de comunicarnos, los pequeños detalles, los obsequios significativos y, sobre todo, la lealtad que se traduce en tiempo de calidad o gestos muy sinceros.
Son pocas las personas con las que he sentido una correspondencia verdaderamente recíproca. Por principio, a estas personas especiales, que puedo contar con los dedos de una mano, les entrego todo. Porque esa reciprocidad, expresada en una correspondencia genuina, me llena de vida. Me hace sentir libre y auténtico, hasta el punto de que no escatimo en dar de más.
¿Y cuando no hay correspondencia?
Es horrible cuando no lo esperas. Duele, especialmente cuando esperas algo que no llega. Me ha pasado —como buen iluso— en matches que nunca se consolidaron, reuniones en las que no encajé, e incluso en el trabajo, donde el esfuerzo no siempre fue reconocido como lo imaginé.
A pesar de eso, aprendí que pese a que la correspondencia no siempre está presente, la reciprocidad es una decisión poderosa. Es decir, seguir siendo yo y actuar conforme a mis principios, pero entregar de la misma medida que te corresponden. Esa es mi reciprocidad.
Las concesiones tienen consecuencias
La correspondencia no es solo una cuestión de dar y recibir, sino de construir vínculos sólidos y auténticos. Y aunque no siempre se dé, me quedo con lo más valioso: las pocas personas con quienes esa correspondencia sí existe.
Porque, en este mundo tan acelerado, cuando alguien te devuelve lo que das (o más), merece celebrarse.